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Hace unas semanas, tuve la oportunidad de ver en el programa Fuera de cobertura cómo la periodista Alejandra Andrade intentaba reflejar la realidad que se vive en los centros educativos de nuestro país, prestando especial atención a la preocupante situación de las agresiones y el creciente menosprecio hacia el profesorado. Como profesional de la educación, debo afirmar que la realidad cotidiana en nuestras aulas es, sin lugar a dudas, alarmante.
En dicho reportaje se recogieron testimonios desgarradores de docentes que han sido víctimas de agresiones, tanto físicas como verbales. Estas situaciones dejan secuelas profundas, afectando gravemente la salud emocional del profesorado, su vida personal y, por supuesto, su desempeño profesional.
«Fue a por mí con un puñal y después mató a mi compañero» (Programa Fuera de Cobertura)
Algunos episodios relatados por las víctimas resultaban estremecedores. ¿Cómo es posible que un alumno entre en un instituto armado con un puñal y asesine a un profesor? ¿Cómo puede un adolescente tener acceso a una ballesta en su propia habitación? Sin intención de juzgar, este y otros muchos casos que conocemos a través de los medios de comunicación ponen en entredicho el papel de la educación y los valores que se transmiten en el entorno familiar. Y puedo asegurar que hay numerosos casos que nunca llegan a difundirse públicamente.
Es cierto que no todas las familias son iguales, y muchas desempeñan un papel ejemplar en la educación de sus hijos. No obstante, resulta evidente un aumento preocupante en la falta de formación en valores dentro del núcleo familiar, así como las crecientes dificultades a las que muchas familias deben hacer frente.
«Cuando llego a casa después de trabajar, estoy cansado y es tarde»
Si nos preguntamos cuáles podrían ser las causas de estas situaciones, diversos estudios y artículos señalan varios factores determinantes:
- Jornadas laborales extensas de los progenitores, que dificultan una atención adecuada a los hijos.
- Cambios significativos en los modelos de crianza y educación familiar en las últimas décadas.
- Influencia negativa de contenidos inadecuados para menores, consumidos habitualmente a través de medios de comunicación como Tv, redes sociales e Internet.
- Falta de recursos en los centros educativos para atender adecuadamente estas problemáticas.
- Rechazo, por parte de algunas familias, de las medidas disciplinarias y educativas adoptadas en los centros, lo que genera una pérdida progresiva de autoridad del profesorado.
- Cambios en las expectativas familiares sobre el futuro de sus hijos.
- Concepción errónea de los centros educativos como meros espacios asistenciales, más que como instituciones formadoras y educativas.
- Reformas legislativas constantes que no tienen en cuenta el criterio profesional del personal docente.
«Es que no puedo con mi hijo»
A lo largo de mi trayectoria como docente, tutor y director de centros educativos, he constatado personalmente todos estos factores:
- He escuchado a padres y madres, en tutorías, confesar con impotencia que «no pueden con su hijo».
- He sido cuestionado por aplicar medidas disciplinarias contempladas en la normativa vigente, como la suspensión temporal de asistencia al centro.
- He vivido tres reformas educativas en un corto período de tiempo.
- He tenido alumnos que aseguraban que, sin necesidad de estudiar, lograrían tener un coche mejor que el mío.
- Observo con frecuencia cómo niñas de primaria imitan coreografías de TikTok en los recreos en lugar de compartir juegos con sus compañeros y compañeras.
- Veo a otros docentes que han perdido la ilusión por su profesión.
- Diariamente somos objeto de acusaciones infundadas por parte de familias y alumnado.
- Sufrimos un continuo desprestigio social, alimentado por prejuicios sobre las vacaciones escolares y el salario docente.
Todas estas realidades tienen consecuencias directas en el alumnado:
- Restan importancia al aprendizaje.
- Reducen las expectativas respecto al futuro profesional.
- Infravaloran la figura del profesorado y le pierden el respeto.
Este conjunto de factores anteriormente mencionados, crean un caldo de cultivo perfecto para que se produzcan situaciones de violencia hacia el personal docente en los centros educativos de forma diaria. Y cabe destacar que la violencia no es sólo física, sino verbal y emocional.
«El profesorado quiere que se le escuche»
Desde hace tiempo, el colectivo docente viene reclamando:
- Mayor respaldo por parte de las familias y de las administraciones públicas.
- Un compromiso real de las familias en la educación de sus hijos.
- Mejores condiciones laborales y políticas de conciliación que permitan a los padres atender adecuadamente a sus hijos fuera del horario escolar.
- Una ley educativa estable y consensuada, que proporcione herramientas eficaces para atender la diversidad del alumnado y que reconozca la autoridad del profesorado, garantizando su aplicación.
- El reconocimiento social del papel del docente, fomentando ese respeto desde el entorno familiar.
Por último, me gustaría recordar a mis compañeros y compañeras docentes que, en Andalucía, existe un protocolo específico de actuación ante agresiones al profesorado. Tenemos el derecho a solicitar su aplicación y las administraciones públicas, el deber de garantizar su cumplimiento.
Pueden consultar toda la información en el siguiente enlace:
Protocolo de actuación en caso de agresión hacia el profesorado o el personal no docente
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